Luis E. Juan

Enemigos

Drama en un acto. Julio 1973

PERSONAJES:

JOHN BROWN, soldado inglés

KARL MÜLLER, soldado alemán

MICHAEL HILTON, soldado inglés.


      La acción transcurre en un refugio situado en los Alpes franceses, a finales de la Segunda Guerra Mundial. Las paredes están cubiertas de madera basta. En el techo destacan varias vigas. En la pared izquierda, una tosca chimenea y en la derecha, un desvencijado armario de dos puertas. Al fondo, a la izquierda, una pequeña ventana con cortinas de saco descorridas; en el centro, un quinqué de petróleo colgado de la pared; a la derecha, una puerta que abre hacia dentro/ derecha. En medio del escenario, una mesa de mediano tamaño y una silla colocada a su derecha.

        (Al abrirse el telón, el escenario está iluminado con luz muy débil. Se ve una cara -John- aparecer en la ventana y examinar desde afuera la habitación. Segundos después, desaparece y enseguida se abre lentamente la puerta. John entra cautelosamente por ella. Lleva puesto un uniforme de infantería inglés cubierto de nieve. No lleva casco ni armas y parece muy cansado. Trata de cerrar la puerta con el cerrojo, pero está roto y desiste de ello. Se sacude la nieve de ropa y cabeza, separa la silla de la mesa y se deja caer sobre ella, suspirando. Cierra los ojos unos segundos y luego los abre y mira a su alrededor. Se levanta y va hacia el armario. Lo abre y escudriña su interior. Deja caer los brazos con desaliento.)

    JOHN.- ¡Nada!

        (Con un gesto de contrariedad va hacia el quinqué y lo descuelga. Levanta el cristal y comprueba si tiene petróleo.)

    JOHN.- ¡Vaya, menos mal!

        (Lo posa encima de la mesa y revuelve sus bolsillos en busca de un fósforo. Lo encuentra, lo enciende contra la mesa y prende la mecha. Coloca el cristal y lo cuelga de nuevo. La escena se ilumina. John se acerca a la chimenea, se agacha y la observa. Mete la mano y saca un tronco a medio quemar. Lo vuelve a dejar donde estaba. Busca en sus bolsillos y saca un papel arrugado. Lo mira un instante y sonríe. Saca otro fósforo, prende con él el papel y lo echa en la chimenea. Momentos después, satisfecho, se levanta y desabrocha la camisa del uniforme. Se sienta en la silla, saca de un bolsillo un par de galletas y comienza a comerlas tranquilamente. Se abre la puerta de golpe y aparece en ella Karl Müller. Lleva uniforme de infantería alemán y casco, ambos cubiertos de nieve, y empuña una pistola, con la que apunta a John. Este se vuelve hacia la puerta, sobresaltado.)

    KARL.(Entrando y cerrando la puerta sin volverse)- Un solo movimiento sospechoso y disparo.

    JOHN.- ¡Vaya! (Tranquilo). Tenemos visita.

        (Karl se sacude la nieve mientras rodea la mesa, sin dejar de apuntar a John, hasta situarse enfrente.)

    JOHN.- Muchacho, no te pongas nervioso. Quítate el casco, ponte cómodo. Estás en tu casa.

        (Karl se quita el casco y lo coloca sobre la chimenea. Después se queda en pie frente a John. Un silencio.)

    JOHN. (Tendiéndosela)- ¿Una galleta?

    KARL.- No, gracias.

    JOHN.- Como quieras. (La come aparentando indiferencia. Un silencio). ¿Piensas pasarte así, de pie, toda la noche? (Baja el tono de voz). Te haré una confidencia: no tengo ni una sola arma.

    KARL.- No te creo.

    JOHN.(Encogiéndose de hombros)- Es tu problema. (Un silencio. Se levanta. Karl se pone en guardia). De manera que soy tu prisionero, ¿eh? (Se vuelve hacia el público). ¿Estás seguro? Yo más bien diría lo contrario. Soy yo quien te tiene prisionero. Y la cadena con la que te tengo sujeto es más fuerte que tu amenaza con ese chisme. (Se vuelve rápidamente hacia Karl y los dedos de éste se crispan sobre la pistola). ¿Lo ves? Te obligo a estar pendiente de cualquier movimiento mío. Y yo no temo tu amenaza porque si no disparaste al entrar, que fue tu mejor ocasión, no creo que vayas a hacerlo ahora. (Mete las manos en los bolsillos).

    KARL.- Quieres aparentar estar tranquilo con toda esa palabrería. Te puedo demostrar, si te empeñas, que estás en la posición inferior. No olvides que estamos en guerra y puedo disparar sobre ti sin remordimientos, y no sería la primera vez que lo hiciera. (Camina despacio hasta apoyar la espalda en la pared del fondo. John gira, haciéndole frente). ¡Levanta las manos!

    JOHN.- Estoy más cómodo así.

    KARL.- ¡Te digo que levantes las manos! (Levanta el percutor mirando fríamente a John).

    JOHN.(Levantando las manos)- Está bien, está bien. Tú ganas.

    KARL.- ¿Qué opinas ahora?

    JOHN.- Que ha sido una fanfarronada.

    KARL.- Llámalo como quieras. Sólo ha sido una demostración de quién es el prisionero y quién el guardián.

        (Un silencio.)

    JOHN.- La verdad es que os había juzgado mal. No es tan fiero el alemán como lo pintan. Si no, me hubieras ordenado algo peor.

    KARL.- Como ¿qué? (Sonríe levemente).

    JOHN.- No sé. Algo más sádico. Tal vez coger una brasa de ahí (señala la chimenea con la cabeza) y tenerla en la mano...

    KARL. (Sonriendo)- Coge una brasa y sostenla en la mano. (John no se mueve). ¡Coge una brasa y sostenla en la mano! (John baja los brazos con aire asustado, se acerca despacio a la chimenea y coge con la mano izquierda una brasa. Con gesto de dolor la mantiene sobre dicha mano haciéndola saltar y se vuelve hacia Karl). Así. Y no se te ocurra arrojármela.

    JOHN.(Reprimiendo el dolor)- ¡Está bien! ¡Soy tu prisionero! ¿Es suficiente?

    KARL.- Sí, échala a la chimenea. (John la arroja rápidamente; después se vuelve hacia Karl mientras se frota la mano quemada contra la camisa. Un silencio). Como ves, en el fondo, ésto (señala la pistola) es lo que marca la diferencia.

    JOHN.- De acuerdo. Pero ¿no crees que es absurdo que me estés encañonando continuamente? Ya te he dicho que no llevo armas. Además, los dos nos encontramos en la misma situación. Hemos llegado a este refugio huyendo de la nieve y el frío. ¿No podríamos pasar la noche en paz, olvidándonos de que somos soldados?

    KARL.- Olvidas un pequeño matiz: soy yo quien pone las condiciones. (Baja el percutor. John se sienta en el suelo, junto al fuego y frente al público).

    JOHN.- Allá tú. Yo no pienso pasarme toda la noche en pie. (Hace una pausa. Mira a Karl). Puedes quedarte así, vigilándome, mientras echo un sueño. Si es que lo soportas, cuando despierte estarás tan cansado que no te quedarán ganas de tener ese trasto en la mano. (Se echa en el suelo boca arriba con el brazo izquierdo bajo la cabeza). Me gustaría saber quién va a ser ahora el prisionero.

    KARL.(Sentándose en la silla y apoyando la mano con la pistola en la mesa)- ¿Ya empezamos?

        (John bosteza. Karl posa la pistola sobre la mesa. Al oír el ruido, John se sienta rápidamente y mira hacia la mesa. Karl empuña la pistola y apunta hacia él.)

    KARL.- Duerme tranquilo.

    JOHN.(Se vuelve a tumbar)- Desde luego. (Hace una pausa). Me gustará ver la cara que pones cuando entren mis compañeros por esa puerta. Los tuyos se retiraron cuando atacaron nuestros carros. Estás solo. Tienes una pistola, ¿y qué? Estás rodeado de enemigos. El león herido siempre termina muriendo. (Hace una pausa). ¿Qué ganas con hacerme tu prisionero? ¿A quién me vas a entregar?

    KARL.- ¿No ibas a echar un sueño?

    JOHN.- Suelo dormirme hablando. (Un silencio). ¡Bah! Tienes demasiado metidas en la cabeza tus ideas sobre el ejército y la guerra. No se puede tratar contigo; no llegaríamos a ningún acuerdo. Sigue, sigue ahí apuntándome, vigilándome; creyendo que a lo mejor te dan una medalla por llevar un prisionero de guerra a tu casa.

    KARL.- ¿Todos los ingleses son tan aficionados a los sermones como tú?

    JOHN.- Deja ya ese trasto. Debes de estar más cansado aún que yo; la paliza que os dimos fue bastante buena. Olvídate de mí y descansa tranquilo. Nadie va a venir a pedirte cuentas. El deber puede esperar una noche.

    KARL.- Para ti, tal vez sí. A mí, en cambio, me han enseñado a cumplir con él siempre. (Se levanta y comienza a pasear por la habitación).

    JOHN.- ¿Por qué seréis tan fanáticos todos vosotros? (Viéndolo pasear, se sienta). ¿Qué, tienes miedo de dormirte si sigues ahí sentado? (Saca del bolsillo de la camisa un arrugado paquete de cigarros y ofrece). ¿Un cigarrillo? (Karl niega con la cabeza. John se encoge de hombros, saca de la chimenea un palo encendido y enciende su cigarrillo; luego arroja el palo a la chimenea. Karl se acerca al armario).

    KARL.- ¿Qué hay aquí dentro? (Lo examina, de espaldas a John. Este se pone en guardia).

    JOHN.- Mira a ver... A lo mejor encuentras un retrato del gran Adolfo... (Karl se vuelve con gesto ofendido. Luego sigue buscando en el armario).

    KARL.- No hay nada. (Con aspecto de desaliento se vuelve a sentar en la silla).

    JOHN.(Mira a Karl y de pronto sonríe)- Muchacho, ¿por qué no confiesas de una vez que tienes hambre? (Karl le mira, compungido. John rebusca en sus bolsillos). Me parece normal que rechazaras mi invitación la primera vez; pero, ahora... ya tenemos más confianza, ¿no? (Saca por fin tres galletas y las pone sobre la mesa). Lo siento, no tengo más. (Karl le mira fijamente, pero no las coge). ¡Vamos, cógelas! El papel de duro no te va. (Un silencio). Bien, si quieres, no miraré. (Sonríe. Karl coge las galletas y se pone a comerlas rápidamente sin soltar la pistola). Espero que se te vaya a paseo la idea que de nosotros os inculcan en vuestro ejército. (Se vuelve a tumbar. Mientras el otro come:). A mí me está pasando lo mismo con la mía sobre vosotros. (Hace una pausa). ¿Has visto la inutilidad de un arma en un caso como éste? ¿De qué te sirve si no te la puedes comer? ¿Quién estaba en mejor situación, tú o yo? Yo, aunque no tengo armas, tengo comida. (Karl ha terminado de comer. John se sienta). ¿Aún no te has decidido a soltar eso? (Señala la pistola con la cabeza. Karl niega. John se acuesta de nuevo). ¡En fin! Veo que contigo no hay manera. (Hace una pausa). Luego no te podrás quejar de que he intentado llegar a un acuerdo...

    KARL.- Lo siento. No peleo contra ti como individuo; para mí eres sólo una pieza más del enemigo.

    JOHN.- Eso es una tontería.

    KARL.- Si yo te viera como un hombre cualquiera y no como un enemigo, la guerra no tendría sentido. ¿No comprendes que por cada hombre de un ejército hay otro del contrario?

    JOHN.- ¿Y tú crees que, en el fondo, la guerra tiene sentido? Un silencio.

    KARL.- Me limito a servir a mi Patria.

    JOHN.- ¿A tu Patria o a la ambición de unos pocos que enarbolan su bandera?

        (Karl baja la cabeza, pensativo. John arroja el cigarrillo a la chimenea. Después gira lentamente en el suelo hasta colocar las piernas bajo la mesa y, enseguida, las dobla sobre su cuerpo y le da una patada a aquélla, haciéndola caer del lado de Karl. La pistola cae al suelo. John se levanta de un salto, la recoge y encañona a Karl, que se levanta asustado.)

    JOHN.- ¿Sorprendido? (Andando hacia atrás, se coloca delante de la chimenea). Debías haber previsto que podía hacer una cosa así en cualquier momento. Cometí un error al encender ese quinqué, estando desarmado, pero ahora había que afrontar las consecuencias.

    KARL.- ¿Qué... qué vas a hacer?

    JOHN.- Simplemente, le he dado la vuelta a la tortilla. ¿Has visto qué fácil? Ahora, tú eres mi prisionero.

    KARL.- ¿Has cambiado de opinión?

    JOHN.- Amigo, no es lo mismo. Fue nuestro ejército el que venció en la batalla. Tal vez esta misma noche pasen por aquí los míos.

    KARL. (Recobrando la calma)- Ya. Y yo seré botín de guerra... (Hace una pausa). Sinceramente, te había llegado a creer.

    JOHN.- ¿Pensaste por un momento que me iba a dormir?

    KARL. (Sentándose en la silla)- Tal vez. Pero, tienes razón; le has dado la vuelta a la tortilla. (Se echa hacia atrás y sonríe). Ahora me toca a mí descansar y a ti vigilar de pie y en guardia. Porque yo tengo más motivos que tú para intentar escapar. Según tú, estoy rodeado...

    JOHN.- Levántate. (Karl no se mueve. John levanta el percutor. Karl le mira fijamente).

    KARL. (Algo asustado)- Oye, no irás a...

    JOHN. (Interrumpiendo)- Me parece que hablo claro...

    KARL. (Levantándose y caminando hacia la chimenea. John se coloca mientras del lado de la silla, sin dejar de apuntarle)- Debí comprender que todo era una farsa. (Se agacha, coge una brasa, la tiene en la mano ostensiblemente unos segundos con los labios apretados, la tira luego a la chimenea y se levanta frotándose las manos). ¿Satisfecho?

    JOHN. (Irónico)- Gracias, pero creo que me juzgas equivocadamente. (Se sienta en la silla). Ahora, duerme si tienes ganas.

    KARL.- No te daré ese gusto. (Se sienta en la mesa, frente al público. Pausa). ¿Qué harías si te propusiera dejar de una vez ese chisme?

    JOHN.- Lo mismo que tú.

        (Un silencio. John baja el percutor.)

    KARL.- Supongo que el poder debe de ser algo parecido. Cuando no se tiene, se vive feliz y tranquilo, pero se ambiciona poseerlo. Cuando se tiene, se siente uno superior, se domina la situación; pero hay que mantenerse despierto, vigilando a todos los que acechan para quitártelo. A veces... se vuelve la tortilla.

    JOHN.- ¿Desde cuándo te has hecho filósofo?

    KARL.- Desde que me quedé sin pistola.

        (Un silencio.)

    KARL.- ¿Ganas algo personalmente con hacerme prisionero? ¿O es que eres de los que persiguen al enemigo en retirada?

    JOHN.- ¡Oh, no! Por mí, a enemigo que huye, puente de plata. Bastante tenéis ya con la leña que os dimos...

    KARL.- Entonces, lo haces para vengarte de algo...

    JOHN.- Tal vez.

    KARL.- Creo que, si es así, ya has tenido bastante, ¿no?

    JOHN.- ¿Nervioso?

    KARL.- Un poco menos que tú.

    JOHN.- Asustado, entonces.

    KARL.- ¿De qué?

    JOHN.- Vaya, vaya. Todo un héroe.

    KARL.- Es solamente que he aprendido a perder.

    JOHN.- Di mejor que no has sabido ganar.

    KARL.- No debes juzgar a todo un pueblo por un solo hombre.

    JOHN.- A veces, para ganar hay que ser duro en el juego. Ahora, la cosa ya no tiene remedio.

    KARL.- Sin embargo, la experiencia nace del fracaso.

    JOHN.- Me parece que no estamos hablando de lo mismo.

    KARL.- Es cierto. Pero, de todos modos, ¿íbamos a llegar a algún acuerdo?

    JOHN.- Difícilmente. (Un silencio. Se levanta y va hacia el armario, observándolo sin interés). ¿Sabes? (Se vuelve hacia Karl). Aunque me parezca extraño, me sentía más tranquilo cuando tenías tú la pistola.

    KARL.- Eso tiene fácil remedio; devuélvemela.

    JOHN. (Sonriendo)- ¿Sigues empeñado en hacerme tu prisionero?

    KARL. (Con ironía, como citando)- Sólo quiero olvidarme de esta maldita guerra y descansar despreocupadamente esta noche...

    JOHN.- Nadie te lo impide. En este momento soy yo quien no puede dormir.

    KARL.- Y ¿por qué no dormiste antes, cuando podías? (Mientras Karl habla, John pasea por la habitación; pasa por detrás de la mesa, se asoma un momento a la ventana y se queda junto a la chimenea. Luego saca un cigarrillo y lo pone en la boca, sin encenderlo). No sabes responderme, ¿no es cierto? Sabías que yo no iba a disparar. Yo también lo sé ahora. (John sonríe levemente). Es sólo la obsesión por ese maldito objeto y la duda, siempre la duda de si, en el fondo... (Al ver sacar a John el cigarrillo). ¿Nervioso?

    JOHN.- Creo que más que tú. (Con gesto contrariado, guarda el cigarro).

    KARL.- ¿Qué piensas hacer conmigo cuando lleguen los tuyos?

    JOHN. (Tarda en contestar)- Entregarte, naturalmente.

    KARL.- Ya. (Hace una pausa). ¿Y no podrías...?

    JOHN. (Interrumpiendo. Sonríe con ironía)- Muchacho, me parece que tomaste demasiado en serio todo lo que te dije antes para quitarte la pistola...

    KARL. (Se pone en pie y camina hacia la chimenea, apoyándose con una mano en la pared)- Sí. Confieso que me lo creí. Y, a pesar de todo, sigo pensando que sentías al menos algo de lo que dijiste.

    JOHN. (Va hasta la silla y se sienta)- ¿Sabes que eres un idealista? No os imaginaba así a vosotros.

    KARL. (Se vuelve. Con amargura)- ¡A vosotros, a vosotros! Creéis que todos somos fanáticos, asesinos, torturadores. Así es más fácil luchar, ¿verdad?

    JOHN. (Con ironía)- Por favor; ¿quién habló primero sobre el sentido de esta guerra?

    KARL.- Era una manera de escudarme, de aparentar seguridad...

    JOHN. (Con dureza)- Bien. Lo mío era una treta para distraerte y apoderarme de esto. (Señala con un gesto la pistola).

    KARL.- ¿También lo de la comida?

    JOHN. (Duda)- Sí.

    KARL. (Con acento desesperado)- ¡No! ¡Dime que no es verdad! (Se aferra a la mesa y mira fijamente a John; éste le sostiene la mirada).

    JOHN. (Con dureza, marcando las palabras)- Fue todo una treta. (Se levanta).

        (Karl se cubre la cara con las manos unos segundos. John lo mira extrañado. Cuando retira las manos, se aparta rápidamente una lágrima con una de ellas.)

    JOHN. (Condescendiente)- Vamos... ¡Qué dirían tus superiores si te vieran llorar! ¡Y, además, frente al enemigo! (Va a ponerle una mano sobre el hombro, pero Karl da un paso atrás y queda en posición de firmes).

    KARL.- Ya he soportado bastante. No quiero ser tu prisionero. ¡Dispara!

    JOHN. (Sorprendido)- Nunca he pensado disparar...

    KARL. (Abre los ojos y adopta un aire amenazador)- No tendrás que dispararme a sangre fría. Te voy a dar un motivo.

    JOHN. (Retrocede)- ¿Qué dices...?

    KARL.- Voy a intentar escapar.

    JOHN. (Se relaja)- No digas tonterías. No dispararía, pero te congelarías ahí afuera.

    KARL.- Entonces, te atacaré. (Coge la silla por el respaldo y la levanta. John no se mueve).

    JOHN.- Bueno, ¿a qué esperas?

        (Karl permanece inmóvil unos segundos. Luego baja lentamente la silla y la deja en el suelo. Se vuelve de espaldas a John y mira hacia el suelo, moviendo la cabeza con gesto de desaliento.)

    JOHN. (Tarda en hablar y lo hace con voz suave, sin ironía)- Pareces un niño que ha perdido su juguete y llora y amenaza para que se lo devuelvan. Pero no te preocupes: hay muchos como tú, que luchan sin saber por qué ni por quién, movidos por algo que los de arriba llaman deber, y que se derrumban como edificios sin cimientos ante unas palabras razonables. (Suspira y se vuelve a sentar). No vales para soldado. Todos sabemos que la guerra no tiene sentido, pero cuando te encuentras en medio de ella acabas considerando al ejército contrario como una manada de fieras sin alma, como un peligro anónimo que hay que exterminar. Cuando luchas cuerpo a cuerpo no ves a un hombre ante ti, ves un monstruo que te matará si tu no logras eliminarlo antes. Es el comer para no ser comido. No se puede flaquear.

    KARL. (Abatido)- No sé luchar cuerpo a cuerpo. Me detengo a pensar antes de disparar. Sólo he aprendido a considerar al enemigo en conjunto, la masa contra la masa.

    JOHN.- Claro. Es lo fácil. Matar con los ojos cerrados. Así no conoces al que muere. Está mezclado en la masa, es... sólo una oveja más del rebaño. Matar mirando a la cara es más difícil; ves la vida que vas a destruir. Tu conciencia no lo considera una acción de guerra; es un asesinato.

        (Un silencio.)

    KARL. (Vuelto hacia John)- ¿Por qué luchas?

    JOHN.- (Tarda en responder) ¡Qué pregunta! (Pausa). No lo sé. Un ideal..., una ambición. El sentimiento de haber sido ofendido, tal vez. Creo que, en el fondo, nadie sabe por qué lucha.

    KARL.- Si no estás seguro, ¿por qué lo haces?

    JOHN. (Algo molesto)- Amigo, te recuerdo que yo no empecé esta guerra.

    KARL.- Yo tampoco. (Hace una pausa). Y, sin embargo, aquí estamos los dos, enfrentados. Somos... enemigos. Y la prueba está en tu mano. (John mira la pistola). Es como si el Destino hubiera hecho desde el principio dos bandos. En toda guerra, unos pertenecen a uno y otros, al otro...

        (John tiene la mano derecha con la pistola sobre la mesa. Karl saca disimuladamente una moneda de un bolsillo y la deja caer. John mira maquinalmente al suelo al oír el ruido. Entonces Karl golpea con el puño la mano que sujeta la pistola y se apodera del arma, empuñándola y dando enseguida un paso atrás. John se queda aturdido, mirando con los ojos muy abiertos a Karl, que sonríe.)

    KARL.- Y ahora, ¿qué?

        (Un silencio. John se levanta lentamente.)

    JOHN. (Nervioso)- Dispara. Tienes motivos suficientes.

    KARL.- Todo vuelve a ser como al principio, ¿no?

    JOHN.- Sí; creo que sí.

    KARL.- Te equivocas. (Le saca el cargador a la pistola y lo echa encima de la mesa. Después, guarda la pistola en la funda). No tengo más balas. Cógelo. Por hoy, se acabó la guerra. (John no reacciona. Duda. Luego sonríe, coge el cargador y lo guarda en un bolsillo. Entonces, Karl le tiende su mano derecha y John sonríe y la estrecha). Karl Müller.

    JOHN.- John Brown. (Hace una pausa). Tú también habías llegado casi a convencerme.

    KARL.- Todo lo que he dicho lo creo sinceramente.

    JOHN.- Bueno... La verdad es que... a mí me ha pasado lo mismo.

    KARL.- Estaba casi seguro. Cuanto más dura es la cáscara es porque lo que hay debajo es más blando. No sabemos fingir. (Se sienta en el suelo. John hace lo mismo, ambos delante de la mesa, frente al público. Karl recoge la moneda del suelo y la mira mientras habla). Un viejo truco, el dinero. Todo hombre almacena una brizna de avaricia en lo más profundo de su ser. Es algo inconsciente; pero cuando oímos caer una moneda al suelo, ese ruido familiar aguza nuestros cinco sentidos y olvidamos todo lo demás. (Sonríe). El maldito e imprescindible dinero. (Guarda la moneda).

        (Pausa)

    JOHN.- ¿A qué te dedicabas antes de empezar la guerra?

    KARL.- Era cartero rural. (Hace una pausa). Nací en un pueblo muy pequeño, donde todo el mundo conocía a todo el mundo. Mi padre también había sido cartero, así que yo continuaba la tradición. Murió cuando yo tenía ocho años y el cartero de otro pueblo se encargó del servicio. Pero como tenía demasiado trabajo, no todos los días había reparto y las cartas llegaban con retraso. Recuerdo que todos me decían: "Cuando vivía tu padre, todos los días salíamos a recibirlo a la puerta de casa. Cuando él vivía, llegaban más cartas". Y mi madre lloraba. Yo pensaba que mi padre debía de ser muy importante, con el uniforme y todo aquello... Total, que acabé convirtiéndome en el cartero del pueblo. Ser cartero era lo más importante del mundo. Era ser la esperanza, la ilusión, el consuelo, la amistad. Siempre había quien esperaba ansiosamente la carta del ser querido, del ser lejano; quien iluminaba su cara cuando me veía doblar la esquina para dirigirme a su casa. ¡Cuántas veces reí con el que recibía una carta llena de felicidad o lloré con el olvidado que nunca tenía la ocasión de temblar, emocionado, mientras abría el sobre! Sí, también llegaban cartas llenas de tristezas, de malas noticias; cartas que me hubiera gustado no transportar. Como las que comunicaban la declaración de guerra y el reclutamiento de todos nosotros. También yo tuve que repartir aquéllas. Nunca, hasta entonces, me había sentido mensajero de la muerte. (Hace una pausa). Cuando se vive en un pueblo pequeño la guerra parece lejana y ajena a nosotros, como si en realidad no existiera. Uno se siente seguro y en paz; la guerra no te toca, no altera tu vida. Después llega la terrible orden. El pueblo no participa en la guerra, pero sí sus hombres. Y el mío se quedó sin ellos. Las madres, sin hijos y los campos, vacíos...

        (Un silencio.)

    JOHN.- Yo, en cambio, nací en una ciudad bastante grande, en la que cada uno vive su vida rodeado por los demás pero lejos de ellos. Eres uno cualquiera de sus miles de habitantes; nadie te conoce, nadie te saluda. Para nadie eres importante; para la mayoría, ni siquiera existes. Eres uno más en la cola del autobús, en la sala de espera del médico, en el ascensor de los grandes almacenes. ¿Quién no ha sentido en un ascensor esa atmósfera tensa, esa presión que nos oprime la garganta, esos ojos clavados todos en el suelo porque todos nos avergonzamos de nosotros mismos y no nos atrevemos a levantarlos por temor a que se topen con los de nuestro desconocido vecino? Así es una ciudad. Miles de caras sin rostro, miles de pasos apresurados, miles de seres aislados. Cuando nací no era el hijo de la señora Brown; era el ocupante de la cuna número setecientos dieciséis de la clínica de maternidad. Volví a ser un número al ingresar en la escuela y más tarde en la universidad. Al comenzar la guerra acababa de obtener el título de ingeniero. Toda la vida estudiando, para venir a morir en las trincheras, lejos de casa. Para acabar siendo un número incluido en la lista de bajas de guerra. Y mi muerte no la llorará nadie, porque para nadie existía.

    KARL.- ¿Y tus padres?

    JOHN. (Con amargura)- Mi madre murió en un bombardeo. Una de vuestras incursiones aéreas.

    KARL.- Lo siento.

    JOHN.- Siempre sentimos lo que ya no tiene remedio. (Cambiando de tono). Perdona. Cuando perdemos algo o a alguien buscamos siempre instintivamente en quién descargar las culpas. Y sobre todo ahora, cuando el soldado enemigo que tienes enfrente es un ser anónimo que no hace más que cumplir órdenes, igual que tú. (Hace una pausa). La verdad es que no lo sentí demasiado. Se pasaba el día jugando a la canasta con sus amigas. Sólo la veía a la hora de comer. (Se levanta y pasea por la habitación. Mira a través de la ventana mientras habla). Algunas frases protocolarias e impersonales... A mi padre lo veía los domingos, mejor dicho, suponía que era él quien estaba detrás del periódico. A estas horas me imagino que me estará dando por muerto. De todas formas, nunca he tenido noticias suyas... (Se pone de pie frente a la chimenea, con las manos en los bolsillos).

    KARL.- ¿Nadie te espera? ¿Qué vas a hacer cuando esto acabe, si...?

    JOHN.- ¿...Si salgo vivo de aquí? Nunca lo he pensado. Me he habituado a esta situación. Ya no puedo imaginarme fuera de esta maldita guerra, es como un medio de vida..., y de muerte. (Se vuelve hacia Karl). ¿Qué crees que pasará con los vencedores? Serán aclamados, condecorados, admirados. Pobres héroes que por defender el ideal de Dios sabe quién perdieron su trabajo, a sus familias, sus hogares, sus vidas, ganando una guerra que nunca sabrán para qué sirvió. Porque todo el que va a la guerra muere de alguna manera. (Hace una pausa). Y yo prefiero morir en una trinchera a perder lentamente la vida cuando regrese...

    KARL.- ¿Por qué eres tan pesimista?

    JOHN.- ¿Por qué eres tan optimista tú?

    KARL.- No lo sé. Creo que confío en las personas. O tal vez me conformo con poco.

    JOHN.- Al contrario, esperas demasiado. (Pausa). ¿Crees en Dios?

    KARL.- Sí, claro.

    JOHN.- ¿Por qué "claro"?

    KARL.- Porque sí.

    JOHN.- ¡Ah! Ya veo.

    KARL.- ¿Y tú?

    JOHN.- Perdí la fe hace tiempo. (Mira unos momentos hacia el techo).

    KARL.- No trataré de convencerte. Es algo muy personal. A Dios se llega por muchos caminos, pero siempre se llega.

    JOHN.- ¿Dónde has leído eso?

    KARL.- Creo que se lo oía decir a mi madre. Deberías leer la Biblia; tendrías algo bueno sobre qué meditar.

    JOHN.- ¿Me estás sermoneando? No te molestes.

    KARL.- Si no crees en Dios, ¿por qué eludes el tema...?

    JOHN. (Se sienta junto a la chimenea)- Nos convendría dormir un poco. (Bosteza).

    KARL. (Se vuelve hacia la chimenea)- ¡En fin! Veo que no hay nada que hacer.

        (Pausa.)

    KARL.- Se ha apagado el fuego. (Se pone en pie y se acerca a la chimenea. Se agacha, escudriña y se levanta). Habrá que echar leña. La que había se ha consumido.

    JOHN.- ¿Lo echamos a suertes?

    KARL.- No hace falta salir a buscarla. Hay aquí dentro.

    JOHN.- ¿Dónde?

    KARL. (Va hacia el armario)- Antes me pareció ver aquí... (Abre y busca. Por fin, saca dos trozos de tabla). ¿Tienes cerillas? (Camina hacia la chimenea).

    JOHN. (Revuelve sus bolsillos, sin levantarse)- Me parece que... (Sigue buscando). Me parece que no. (Desiste). Habrá que usar el quinqué. (Se levanta).

        (Karl arroja las tablas a la chimenea y, al hacerlo, se le cae la pistola. John la recoge con rapidez, empuñándola. Ambos se miran fijamente unos segundos. Karl extiende la mano. John duda un segundo, pero entrega el arma, sonriendo. Karl la vuelve a guardar. John va hacia el quinqué, lo descuelga, enciende un papel que saca del bolsillo y lo arroja a la chimenea. Después, cuelga el quinqué y se queda mirando el fuego, que comienza a extenderse.)

    JOHN.- Era una carta. De una mujer. La única que he recibido en todo este tiempo. La primera y la última. (Se sienta sobre la mesa). Si alguno de mis compañeros se enterara de que he quemado esa carta para dar calor a un alemán se reiría o me tomaría por loco. (Karl se vuelve hacia él). Lo siento, no quería ofenderte.

        (Pausa.)

    KARL.- ¿Por qué lo hiciste, John?

    JOHN.- ¡Oh! ¿No quemarías tu propia sentencia de muerte?

    KARL.- Me refería a... (Toca maquinalmente la pistola).

    JOHN.- ¿Eso? Me parece que al fin llegamos a un acuerdo. Una tregua, o algo así. ¿No hubieras hecho tú lo mismo?

    KARL.- Es posible.

    JOHN.- Venga, claro que sí. ¿Quieres probar? Toma el cargador. (Lo saca y ofrece).

    KARL.- No. Tú ganas. (John lo guarda). Gracias. (Pausa). ¿Qué ocurriría si los soldados de ambos bandos se conocieran personalmente unos a otros? No habría guerra...

    JOHN.- La habría, como la ha habido incluso entre hermanos de sangre. Tal vez sólo se diferenciaría en que dispararíamos, para a continuación decir "lo siento" y llorar ante la tumba. "Era un gran soldado, un gran hombre...". Nada como morirse para oír todo lo bueno que ha hecho uno en la vida.

    KARL.- ¿Oír...?

    JOHN.- Es una forma de hablar. Todos los muertos fueron héroes. Lástima que nos enteremos demasiado tarde. Porque, de haberlo sabido, hubiéramos cuidado un poco más de nuestro pellejo.

    KARL.- ¿Tienes miedo a la muerte?

    JOHN.- ¿Y quién no, en el fondo? Un poco. No tengo mucho que perder, pero la vida siempre tira algo de ti. (Pausa). Hace un momento he quemado mi última esperanza perdida.

    KARL.- ¿La carta?

    JOHN.- ¿Has recibido muchas cartas en... este tiempo?

    KARL. (Sonríe)- ¡Oh, sí! (Saca varias de un bolsillo y las muestra). Son de mi madre... y de algunos amigos. (Cesa de sonreír). Me esperan. (Las guarda lentamente). Lo siento.

    JOHN.- No importa. Cada cual tiene su destino. Ya ves; confías en alguien... Sólo promesas. Te esperará siempre. (Pausa). Se casó con uno de los que se quedaron.

        (Pausa.)

    JOHN. (Ensimismado)- La conocí en la universidad. Bueno, no exactamente. La encontraba todos los días en el autobús. Todo empezó por un frenazo. Así es la vida. Salimos juntos algún tiempo, pero sus padres no la dejaban casarse conmigo. Cuando terminé la carrera habíamos decidido fugarnos. Pero estalló la guerra y fui llamado a filas. Me fue a despedir al tren. Y lloró. Y yo la creí. (Pausa). Se casó hace dos meses. Se cansó de esperar.

        (John saca un cigarrillo, que ofrece. Karl niega con la cabeza. John lo pone en la boca y busca en sus bolsillos con ambas manos. Hace un gesto, como recordando, se baja de la mesa, se acerca a la chimenea y enciende el cigarro con una de las tablas que arden. Luego vuelve y se sienta en la silla.)

    JOHN.- ¿Y tú?

    KARL.- No he tenido ocasión. O tiempo. Tenía dos hermanos, uno más pequeño y el otro mayor. El mayor se había casado con una mujer judía y tuvo que huir al empezar la guerra. Pero fueron detenidos al intentar salir del país. Nunca he vuelto a saber de ellos. Cuando terminaba de repartir el correo, ayudaba en las faenas de la granja. Mi madre siempre deseó que estudiara una carrera, pero no nos podíamos permitir ese lujo. (Pausa). Al principio llegaban noticias de que la guerra había comenzado. Los pequeños, ingenuamente, jugaban a ser soldados; se entusiasmaban con los uniformes, con los carros de combate. ¡La guerra se sentía aún tan lejana...! Pero llegó el día triste y cargado de presagios. Un día en el que la oficina de Correos se llenó de cartas con matasellos del Ministerio de la Guerra. Si quemándolas todas hubiese podido solucionar algo, no lo habría dudado un instante. Pero tuve que repartirlas. Había quien no se atrevía a abrirla; quien decía "Buenos días, Karl; ¿qué me traes hoy?", la leía y no se despedía de mí; e incluso quien se alegraba, pensando inconscientemente quizás que era un juego, que en la guerra, como en las películas, no se moría de veras. (Pausa). No sé cuántos de nosotros volverán, pero el pueblo tardará mucho tiempo en reír de nuevo. (Hace una pausa. Se vuelve hacia la chimenea). ¿Crees que todavía se prolongará?

    JOHN.- Es un duelo a muerte. Terminará cuando ambos bandos estén destrozados, pero uno de ellos ya no tenga ánimos para continuar. Lo peor es que ninguno de los dos lo querrá admitir hasta que sea demasiado tarde. Es duro reconocerse vencido. Pero en la guerra llega un momento en que toda nueva muerte es un sacrificio inútil. (Pausa). En realidad, tal vez ese momento sea aquel en el que se hace el primer disparo. (Pausa). Por otra parte, tú y yo estamos en el peor lugar para apreciar hacia dónde se inclina la balanza. Estamos demasiado cerca como para darnos cuenta de lo que está pasando. Y las noticias que nos dan están manipuladas. Hay que ver la guerra desde lejos, tanto en el espacio como en el tiempo, fríamente: Tantas bajas de este ejército, tantas bajas del otro... Una banderita más adelante, una menos, otra más atrás... (Pausa). Durará todavía algún tiempo; pero luego comenzará otra batalla, la de la reconstrucción. En la historia de la Humanidad ha habido más tiempo de guerra que de paz. Es triste que la paz tenga casi que definirse como el período de descanso entre dos guerras...

        (Pausa. Karl camina hasta colocarse tras la mesa, frente al público.)

    KARL.- Hay algo en lo que no hemos pensado hasta ahora. (John lo mira, interrogante). Antes hablaste de nuestra retirada y de que es posible que los tuyos pasen por aquí...

    JOHN.- ¡Ah! ¿Era eso? No te preocupes, no voy a abrir la boca. Ya me las arreglaré para que puedas largarte sin que te vean.

    KARL.- Gracias.

    JOHN.- ¿Qué iba yo a ganar entregándote? (Se queda pensativo). Bueno, cabe la posibilidad de que sea al revés, de que sean los tuyos los que aparezcan. ¿Qué harías entonces? (Mira a Karl).

    KARL.- No lo sé.

    JOHN.- Pues qué bien...

    KARL. (Como excusándose)- Es diferente. Si te dejo escapar sería traición y, tal como van las cosas, me fusilarían.

    JOHN.- No tienen por qué enterarse.

    KARL.- Lo sé, lo sé, pero si me conocieras bien sabrías que, al final, llegaría a confesar...

    JOHN.- De manera que... (se levanta) lo mejor es que desaparezca y te evite problemas...

    KARL.- No, John, no quise...

    JOHN.- ¿Y bien?

    KARL. (Camina con las manos en los bolsillos hasta el armario)- De acuerdo, no sirvo para esto. Es un juego y me lo he tomado demasiado en serio...

    JOHN. (Se vuelve hacia el otro)- ¡Una vez! ¡Piensa en el presente aunque sólo sea por una maldita vez! Para nosotros no existe el futuro, podemos morir en cualquier momento. Olvida un deber que se opone a tu conciencia y obra según tus sentimientos. Es desgraciadamente probable que nadie te pida cuentas.

        (Pausa.)

    KARL.- Deberíamos dormir un poco. ¿Quién se queda de guardia primero? (John indica con un gesto a Karl que se acueste y él se sienta en la silla. Karl se acerca a la chimenea y se sienta, frente al público). De acuerdo. (Se acuesta y bosteza). ¿Sabes? Llevaba dos noches sin dormir. Anteayer fue vuestra aviación y ayer, vosotros. (Pausa). Yo conducía un jeep. Correo. Me bajé un minuto para entregar un parte y cuando volví sólo quedaba un montón de hierros retorcidos. (Pausa). Ayer estuve en una trinchera, estrecha y húmeda. Alguien contó un chiste. Las risas fueron ahogadas por una explosión de mortero. Cuando me di la vuelta... había perdido a un buen amigo. Allí estará todavía. (Pausa). Yo conocía a sus padres. Cuando se lo comuniquen sé que, sin querer, pensarán que por qué su hijo y no yo. Y os maldecirán, igual que vuestras familias nos maldicen a nosotros. (Pausa. Su voz se va apagando). Y, también sin querer, serán egoístas..., porque nunca pensarán que en la guerra sólo cabe matar o morir...

        (Pausa. John saca de un bolsillo un papel escrito y lo lee. Después, lo arruga con furia y lo arroja al fuego desde donde está. Se cubre la cara con las manos, frotando los ojos. Luego se levanta. Pasea pensativo por la escena; mira por la ventana; mira el fuego. Se queda observando a Karl unos momentos. Se agacha y, tras comprobar que está dormido, le quita la pistola con mucho cuidado. Seguidamente se coloca delante de la mesa, frente al público. Karl abre los ojos y se incorpora sobre los codos. John no se apercibe de ello; saca de un bolsillo el cargador y lo introduce en la pistola. Karl se sienta. John mira largamente la pistola; luego aprieta las mandíbulas, cierra los ojos con fuerza y sube lentamente al arma hasta apoyarla en la sien. Karl se pone en cuclillas. John levanta el percutor. Karl da un salto y se apodera enérgicamente de la pistola, empuñándola; luego retrocede hasta colocarse delante de la chimenea. John tarda en reaccionar.)

    KARL. (Casi gritando)- ¿Por qué?

    JOHN.- ¿Por qué no? ¡Dime algo que justifique seguir! ¡Estoy solo, nadie me espera, he perdido todo! Tú no puedes comprenderlo.

    KARL.- ¡No tienes derecho! No tienes el derecho de disponer así de tu vida. ¡No te pertenece!

    JOHN.- Y ¿a quién le pertenece? ¿A Dios? ¡Venga ya, esa es una historia que he escuchado mil veces y que es muy cómoda cuando se vive en paz y en un hogar confortable, pero aquí y en este momento no sirve!

    KARL.- Te dije que no trataría de convencerte, pero ¿es que no sientes cómo todo tu cuerpo se rebela ante la muerte, cómo tu conciencia rechaza el suicidio?

    JOHN.- ¡No! La guerra me ha hecho perder esos escrúpulos.

    KARL. (Con más suavidad, pero con aplomo)- Estás mintiendo. Y lo haces para justificarte ante ti mismo, porque estás volviendo a la realidad tras ese momento inconsciente y te encuentras desnudo. ¿Eres tan cobarde que no reconoces tu derrota? (John baja la mirada). Mírame. (John lo hace). La vida es una sucesión de presentes, los que son, los que fueron y los que serán. Sobre éstos no hay la certeza de nada, sea bueno o malo. ¿Por qué no ha de haber una tregua en medio de la guerra, por qué no un momento feliz en medio de la tristeza? Ese momento es el que justifica tu esperanza. ¿Crees que nadie te espera? Alguien que quizá ni siquiera conoces todavía necesita tu amor o tu amistad, o tal vez sólo tu presencia. Ese alguien está, sin saberlo, esperándote...

        (La puerta se abre de golpe y aparece en ella Michael Hilton, pistola en mano. Lleva uniforme de infantería inglés. John y Karl se vuelven, sorprendidos, hacia él. Todo sucede muy deprisa.)

    JOHN.- ¡Michael!

        (Michael los mira rápidamente. Ve la pistola en manos de Karl y, sin decir palabra, dispara sobre él. John mira perplejo, con los ojos muy abiertos, a Karl, que se dobla y cae, quedando inmóvil.)

    JOHN.- ¡Karl! (Se precipita sobre él, arrodillándose a su lado. Lo toca). ¡Dios mío!

    MICHAEL. (Entrando y cerrando la puerta)- Menos mal que he llegado a tiempo.

    JOHN.- ¡Está muerto! (A Michael). ¿Por qué lo has hecho?

    MICHAEL.- ¡Cómo que por qué lo he hecho! Era un enemigo...

    JOHN.- ¿De quién? ¿Tuyo? ¿Has disparado sólo porque lleva un uniforme distinto del nuestro?

    MICHAEL. (Confundido)- Pero ¿qué dices? Te estaba encañonando con una pistola...

    JOHN.- ¿Pensaste que iba a matarme? (Sonríe con amargura). ¡Qué ironía! Lo estaba evitando, estaba impidiendo que... Tú no puedes entenderlo.

    MICHAEL. (Como disculpándose)- Era un enemigo...

    JOHN.- ¿Un enemigo? A veces creo que matamos a nuestros "enemigos" sólo porque son mejores que nosotros. (Absorto). Y tú disparaste sin reflexionar, sólo porque Karl era "oficialmente" tu enemigo...

    MICHAEL.- Vámonos. Tengo un jeep ahí afuera. (Indica con la cabeza).

    JOHN.- Vete tú. Yo me quedo aquí.

    MICHAEL.- Vamos, no digas tonterías.

    JOHN. (Colérico)- ¡Fuera!

        (Michael duda un momento, pero finalmente se encoge de hombros, retrocede y sale, cerrando la puerta. Pausa. John mira fijamente a Karl.)

    JOHN. (Con voz suave. Ensimismado)- En este juego teníamos que ser enemigos y no podíamos violar las reglas. Hace un momento la realidad entró por esa puerta y, ya ves... la balanza se inclinó hacia mi lado. (Mira hacia la chimenea. Ausente). El fuego se ha apagado... ¿Quedaba más leña en el armario? (Mira a Karl) Karl, amigo, despierta. ¿Había más leña? (Pausa. Zarandea suavemente el cuerpo inmóvil). Karl, despierta, por favor. ¿No me oyes? (Pausa). ¡Karl!

TELÓN

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